La cinta del río Zambeze serpenteaba por una inmensa masa verde, vista desde el pequeño avión Cessna 182 que pilotaba Marina Stanley. ¿Su misión? Localizar a su amiga, de quien no tenía noticias desde hacía un tiempo.
Aterrizó en una breve pista de tierra que alguien se había tomado la molestia de desbrozar. Un cobertizo destartalado hacía las veces de recepción del improvisado aeropuerto.
Al poner un pie en tierra una nube de mosquitos se abalanzó sobre ella, pero como había sido precavida con el repelente para insectos, los bichos se marcharon por donde habían venido. Vestía una camiseta de manga corta, blanca, pero con motivos sinuosos geométricos que creaban una agradable simetría; y unos pantalones también blancos, que llevaban bordados motivos florales cerca de los bolsillos. Se sentía protegida y atractiva.
En el cobertizo le esperaba Mgana, un nativo con uniforme militar que la saludó respetuosamente.
—Bienvenida a Desiglandia. Yo le ayudaré a encontrar a su amiga, la señorita Andrea Livingstone ¿cuándo dejó de tener noticias de ella?
—Gracias. Lo cierto es que telefoneó por satélite hace varios días.
—¿Dijo algo que permitiera encontrar su situación? ¿Algún detalle, o referencia?
—Pues… Déjeme pensar… Sí, habló de una tienda de Desigual en medio de la jungla, donde había encontrado unos modelos increíbles.
—¡Ah! En ese caso ya sé dónde encontrarla.
Subieron en un jeep y se adentraron por una senda muy cerrada, que el todoterreno apenas podía transitar, pero fue superando trabajosamente todos los obstáculos, curvas, baches, troncos y otros peligros.
Al final llegaron a un pequeño claro rodeado de altos árboles. Había gran actividad en torno a una llamativa construcción hecha con materiales de la selva. Y dentro de la gran estructura Marina divisó a su amiga. Se acercó con sigilo, para darle una sorpresa, y cuando estuvo lo suficientemente cerca le tapó los ojos por detrás y le dijo con voz impostada:
—Doctora Livingstone, supongo…
—¿Marina?
—¡Pues claro, Andy! ¡Menudo susto me has dado! Creí que te había pasado algo malo…
—¡No! Esto es fantástico, en esta tienda de Desigual estoy encontrando piezas que probablemente aun no han sido comercializadas, es una especie de laboratorio secreto.
—Por cierto, qué casualidad, las dos vamos de blanco… ¡Qué bien te sienta ese vestido con flores y hexágonos! Y esas pulseras de colores… ¡Y que no nos falte nuestro rojo de labios!
Rieron, felices del reencuentro, ante la atenta mirada de Mgana, que mientras custodiaba el jeep con paciencia militar cruzó una mirada significativa con Andy. Entonces ella se dirigió a su amiga.
—Marina, ¿quieres un plátano? Aquí son deliciosos, te lo aseguro —y le guiño un ojo con picardía.
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